Casa de Tucumán
Autor: Angel Paganelli. Colección Archivo general de la Nación.
Crónica de la Casa de Tucumán en 1869
En el corazón de San Miguel de Tucumán, en 1869, la Casa Histórica de la Independencia se alzaba como un testigo callado de los años que siguieron a la gesta de 1816. Aquel caserón colonial, con sus paredes de adobe y sus techos de teja, ya no resonaba con los debates encendidos de los congresistas independentistas, pero seguía siendo un símbolo vivo para los tucumanos. La ciudad, por entonces, era un hervidero de actividad: el ferrocarril aún no había llegado, pero el comercio florecía con carretas que traían azúcar y tabaco desde los ingenios del norte, mientras las mulas cruzaban polvorientas las calles angostas.
La Casa, propiedad de la familia Bazán Laguna, estaba bien mantenida, con sus dos patios interiores donde las enredaderas trepaban por las columnas. Aunque no era un museo como hoy, algunos vecinos y viajeros curiosos se acercaban a verla, atraídos por las historias de la Declaración de Independencia. En su salón principal, el eco de las voces de Moreno y Belgrano parecía susurrar entre las vigas, aunque ahora solo lo habitaban muebles sencillos y el trajín cotidiano de la familia.
Afuera, Tucumán vivía un 1869 agitado. La Guerra de la Triple Alianza seguía su curso, y el norte argentino sentía el peso de enviar hombres y recursos al frente. La política nacional, con Sarmiento recién asumido como presidente en 1868, traía promesas de progreso, pero también tensiones entre unitarios y federales que aún latían en las provincias. En las tertulias locales se hablaba del futuro, del telégrafo y de las escuelas que Sarmiento quería plantar como semillas.
Crónica de la Casa de Tucumán en 1869
En el corazón de San Miguel de Tucumán, en 1869, la Casa Histórica de la Independencia se alzaba como un testigo callado de los años que siguieron a la gesta de 1816. Aquel caserón colonial, con sus paredes de adobe y sus techos de teja, ya no resonaba con los debates encendidos de los congresistas independentistas, pero seguía siendo un símbolo vivo para los tucumanos. La ciudad, por entonces, era un hervidero de actividad: el ferrocarril aún no había llegado, pero el comercio florecía con carretas que traían azúcar y tabaco desde los ingenios del norte, mientras las mulas cruzaban polvorientas las calles angostas.
La Casa, propiedad de la familia Bazán Laguna, estaba bien mantenida, con sus dos patios interiores donde las enredaderas trepaban por las columnas. Aunque no era un museo como hoy, algunos vecinos y viajeros curiosos se acercaban a verla, atraídos por las historias de la Declaración de Independencia. En su salón principal, el eco de las voces de Moreno y Belgrano parecía susurrar entre las vigas, aunque ahora solo lo habitaban muebles sencillos y el trajín cotidiano de la familia.
Afuera, Tucumán vivía un 1869 agitado. La Guerra de la Triple Alianza seguía su curso, y el norte argentino sentía el peso de enviar hombres y recursos al frente. La política nacional, con Sarmiento recién asumido como presidente en 1868, traía promesas de progreso, pero también tensiones entre unitarios y federales que aún latían en las provincias. En las tertulias locales se hablaba del futuro, del telégrafo y de las escuelas que Sarmiento quería plantar como semillas.
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Envíado por OldPik el 7 de enero de 2024
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